KITSCH


TEXTO EXTRAIDO DE
traducido del catán
El origen de la palabra es, como siempre, dudoso. Parece provenir de un antigüo vocablo alemán,
"Verkitschen", que significa, aproximadamente, "vender barato", con urgencia, a cualquier precio para
obtener rápidamente dinero. El diccionario del Instituto de Estudios Catalán lo define como
"Producción artística donde predomina el efecto rápido y previsible, la decoración con pretensiones, el
sentimentalismo, la comercialidad y el mal gusto ". El de la Real Academia Española, por su
parte, insiste en el carácter pretencioso y pasado de moda de objetos artísticos considerados de
mal gusto. En alemán actual se continúa relacionando con el mal gusto, las mamarrachadas, la
cursilería y las manufacturas de pacotilla.

Es evidente, sin embargo, que no toda producción artística pretenciosa, cursi, pasada de moda, de poca
calidad y de mal gusto es digno de ser calificada con el nombre de kitsch, a menos que se haga
servir como simple insulto, sin intención de designar la pertenencia a ninguna categoría
artística. Por lo tanto, aunque haya efectivamente una cierta unanimidad entre sociólogos y
expertos en arte a considerar el fenómeno kitsch como una forma especial de desviación del arte
moderno, tal vez conviene tratar de delimitar más cuidadosamente su identidad artística para
diferenciarla de otras manifestaciones autodenominadas artísticas (naif, campo, friki, etc.),
consideradas también por los especialistas como simples degradaciones del arte auténtico.
La aparición del fenómeno kitsch se produce simultáneamente en Europa y en Estados Unidos a mediados
del siglo XIX coincidiendo con los profundos cambios sociales que en aquellos momentos se convierten en
el mundo, como son la revolución industrial, la difusión masiva de tradiciones culturales, la consolidación
de muchas secuelas del Romanticismo, la proliferación de avances científicos, la aparición de nuevas
clases sociales, la explosión repentina de la cultura de masas y, ya dentro del siglo XX, el estallido
deslumbrante y universal de los nuevos medios de comunicación.
Desde el principio, las obras denominadas kitsch tuvieron un gran atractivo popular y, al mismo
tiempo, un fuerte rechazo por parte de las élites cultivadas. Muy rápidamente, sin embargo, mostraron una
virtud sorprendente e inesperada que sería fundamental para la supervivencia del movimiento: era un
tipo de arte que podía competir comercialmente sin problemas con el arte llamado de calidad.
El arte de calidad y el buen gusto habían sido durante siglos íntimamente asociados a una clase
social muy determinada y eran universalmente considerados signos indiscutibles de distinción y
prestigio. Con los cambios sociales y mentales de finales del siglo XIX, el buen gusto y la
vivencia estética fueron rápidamente reivindicados por los nuevos estamentos sociales que en aquellos
momentos hacían su aparición en el escenario del gran teatro del mundo.
El fenómeno kitsch estuvo sustentado, desde su inicio, sobre el deseo de los nuevos coprotagonistas
de la historia de obtener, mediante el consumo de arte, un status social similar al de la clase
inmediatamente superior. Visto desde este punto de vista, estaríamos ante una nueva variedad
del esnobismo; es decir, de una manifestación más del deseo de aparentar ser, como dice Tomás
Kulkis. Tanto el esnob como el hombre kitsch viven, los dos, inmersos en el mundo de la simulación
estética y extremadamente pendientes del efecto que su presencia y su imagen causan
en los demás.
En este período histórico, el papel social del arte y el del propio artista sufrirán un cambio muy
importante. El término kitsch, en el fondo, no es otra cosa que la expresión espontánea y sintetizada
de la nueva y violenta tensión entre el buen gusto de los círculos cercanos al poder y el mal sabor de la
nueva sociedad emergente. Expresa el profundo desprecio de las élites cultas y refinadas -artistas,
marchantes, críticos y ricos consumidores- por el gusto innoble y chapucero de la incipiente sociedad de
masas. Con una sola palabra, corto, instantáneo como una salpicadura, los críticos condensaban toda su
indignación por la invasión insolente, por parte de las hordas incultas e infames, de su jardín privado
para representar parodias indecorosas de vivencias estéticas sublimes hasta aquellos momentos

reservadas a los miembros exclusivos del club.
El término kitsch dejaba entrever el drama existencial de los antiguos creadores artísticos en
sentirse fuertemente tentados a crear, promocionar y comercia-lizar productos asimilables a la
nueva tendencia dirigidos a un nuevo mercado masivo y en ebullición. La obsesión de muchos artistas por
ser aceptados y aclamados por un público al que despreciaban profundamente provocó una
nueva psicopatología artístico-económica que llega hasta nuestros días. El kitsch imponía
la obligación de realizar no un buen trabajo, sino un trabajo adaptado a las necesidades, es decir, un
trabajo que causara un cierto impacto en el público y que generara un gran éxito comercial inmediato.
El kitsch comenzó probablemente en talleres oscuros, húmedos y reivindicativos, pero rápidamente
pasó a la fábrica y de ahí a la industria de la devoción religiosa, del souvenir, del regalo inútil,
los objetos encantadores, los complementos para el hogar, etc. Su influencia resultó
rápidamente amplia e indiscutible; y su éxito comercial, descomunal.
Los productos kitsch facilitan la rápida identificación del público debido a la carga emocional
que siempre los acompaña. Todavía hoy los productos que habitualmente se califican de
kitsch continúan hablando un lenguaje sencillo, familiar, comprensible para todos, estableciendo una
comunicación íntima, cordial y nada conflictiva con sus consumidores. Hay una ternura
típica del kitsch que arranca entre sus adictos exclamaciones espontáneas del tipo: que
bonito, que bonito, que mono, que tierno.
 
El kitsch nació para dar paz. Nunca ha pretendido cuestionar el mundo exterior y menos el
mundo interior de sus clientes, ni sorprenderlos con despropósitos extraños o innovaciones
estilísticas de última generación. No busca desenmascarar contradicciones profundas ni
proponer temáticas de última hora o nuevas perspectivas mentales. Es deliberadamente simple y
rutinario. Transita tranquilamente por el campo de la banalidad amable y superconeguda.
El kitsch quiere, por encima de todo, preservar las nostalgias fundamentales del hombre: la casa, la
familia, la niñez, la patria y la religión, que considera amenazadas permanentemente por
monstruos extraños y mutables.
En el campo de la decoración del hogar, por ejemplo, el fenómeno kitsch se caracteriza por crear
ambientes muy acogedores. Los alemanes tienen la palabra 'gemütlich' -que viene de 'gemüt', que quiere

decir 'alma- que se considera la palabra que mejor expresa la calidad propia de los ambientes kitsch:
confortables, cordiales, cálidos, recargados, agradables, seguros, íntimos y familiares.
Mucha gente, sin embargo, detecta en el arte kitsch diversos aspectos que son, según ellos, negativos y
retrógrados. Consideran que es un arte blando y confitado; fosilizado y empurpurinat; un arte que huele
a naftalina y que causa profunda tristeza.
Sin embargo, el argumento más importante contra el arte kitsch es su tendencia a basarse
sistemáticamente en la imitación estilística de un arte anterior; es decir, copiar descaradamente
de obras artísticas consolidadas correspondientes a períodos históricos pasados. Pero es evidente
que la copia y la imitación no pueden ser argumentos en contra de ninguna manifestación artística,
porque ambas han jugado un papel positivo y fundamental en la evolución de la historia del arte.
Antonio Gramsci -el escritor y político italiano- decía que el arte, para ser concebido, precisa de la
collaboració de dos elementos: el femenino, que simbolizaría aquí la tradición, la tierra, la historia,
las normas y la técnica acumulada a lo largo de los siglos; y el elemento masculino, que, en esta
metáfora puramente instrumental, encarnaría la vida, el presente, el aire, el movimiento, la
imaginación y el talento individual.
La tradición sola conduce indefectiblemente al academicismo y el taxidermisme; el talento,
sin técnica ni tradición, se pierde sistemáticamente en un guirigay genialoide, en una apoteosis
final, ininteligible y estéril del ego.
Si la vida fuera una balancera infantil, por ejemplo, construida simplemente con una travesía de
madera apoyada sobre un eje vertical en su punto central, el kitsch se comportaría como un niño
gordito y miedoso que se situaría rápidamente hacia uno de los extremos del columpio y, sin
levantar los pies del suelo, se quedaría quieto, estático, aferrado a la madera con las dos manos, con
el peso del pasado y la ley de la gravedad a favor. El avant-garde, en cambio, sería una niña ágil y
intrépida que trepa rápidamente por la travesía hasta situarse arriba del extremo opuesto, con
el pelo al viento, sonriente y la cabeza llena de ilusiones, sin tener los pies en el suelo, esperando
inútilmente que su compañero de juego levante el culo, salte sobre sí mismo y se deje caer con
toda la fuerza de su talento para catapultarse hacia las estrellas.
 
El kitsch copia mucho y crea poco. Está sometido a la influencia dogmática del pasado y no hace ningún

esfuerzo estético para escapar; se deja llevar pacíficamente por la corriente. Esta constante en su
arte le confiere un no sé qué de tristeza y oscuridad, como si correspondiera a una actitud vital
falta de energía y de atrevimiento. El kitsch no enriquece nunca el objeto representado con nuevas
asociaciones mentales. Este no es su objetivo.
El arte considerado por los expertos (no siempre con unanimidad) como arte de calidad -el de Cezanne,
Van Gogh y otros pintores impresionistas, por poner un ejemplo no excesivamente conflictiu-
aísla una experiencia humana -real, cotidiana y probablemente vivida por la mayoría de sus
contemporáneos- y la intensifica mediante la propia representación artística buscando enriquecer
vivencia y trasladarla tímidamente al espectador. En la obra se representa simplemente un trozo de
realidad, pero, al mismo tiempo, se crea gracias a la cultura, el esfuerzo y el talento del artista, una
nueva con su propia belleza y trascendencia vinculadas misteriosamente a la primera.
El kitsch -insisten sus críticos- es exageradamente parasitario de su referente. El éxito
popular de que goza -dicen- no se debe a los méritos propiamente artísticos de la representación,
sino directamente a los del objeto representado. A diferencia del verdadero arte, en el kitsch el 'qué'
Es decir, el objeto, el tema- es mucho más importante que el 'cómo' -la forma, el estilo-. lo que
realmente se valora en este arte es lo que significa o simboliza el objeto representado, no la
propia representación artística, porque es el objeto, el tema -Aislar, inmóvil y mitificat- lo
está íntimamente asociado a los valores individuales y comunitarios del público kitsch.
El arte kitsch ni trata de crear nuevas realidades ni pretende aportar nueva luz sobre las cosas
de este mundo. No lo hace y ni le interesa intentarlo. Está en contra de cualquier innovación y de
cualquier nueva trascendencia. Su objetivo es justamente lo contrario; preservar el mundo
cualquier novedad, de cualquier cambio, de cualquier incertidumbre.
Esta inclinación tan pronunciada del kitsch hacia la historia pasada parece sustentada en
el dogma que asegura la existencia de un mundo histórico que, de ser posible recuperarlo, fuera
infinitamente preferible al presente. De ahí su profunda nostalgia y la firme voluntad de
mantener vivos los valores tradicionales, sin indicar nunca donde hay que situar este paraíso perdido en
partir del cual todo ha sido una fatal caída y una total degradación.
El kitsch representaría, si estas consideraciones fueran válidas, una actitud espiritual
conservadora y reaccionaria, adoptada no por intereses económicos o de clase, sino pura y
simplemente por miedo al cambio, por pánico al futuro.
Su misión última es enviar un mensaje de tranquilidad y seguridad a los miembros de la
comunidad humana ante la amenaza permanente de renovación y cambio, ofreciendo pequeños refugios
mentales para protegerse de las inclemencias de la historia.
La industria manufacturera del kitsch aparece así, paradójicamente, como la solución más sencilla,
pacífica y barata que han encontrado las sociedades occidentales para aplacar estos miedos y calmar
estas nostalgias.
Dice Norbert Elías que el kitsch es uno de los síntomas más relevantes del estado espiritual de la
sociedad moderna y posmoderna, una señal de la tensión constante y universal entre fuerzas
conservadoras y progresistas, la guerra de un extremo contra el otro, el kitsch contra
el avant-garde, la lucha permanente de los contrarios entre . Pero hoy en día las cosas han cambiado y
lo contrario de cualquier contrario ya no es ningún contrario, sino simplemente un misterio el hecho de
mediocridad y locura.
Hegel decía que el arte es la alegría más alta que el hombre se brinda a sí mismo, pero nadie puede,
excepto durante determinados intervalos, vivir en las alturas. De hecho, no hay ni ha habido ningún
ser humano -artista, asceta, héroe, santo o monstruo- que no haya disfrutado y participado del maternal
consuelo del kitsch.
En un mundo como el actual, donde todo está contaminado de todo, el kitsch aparece como un virus que, al igual
que sus compañeros de laboratorio, hace acto de presencia por todas partes, hasta el extremo de que los
individuos aparentemente más rabiosamente antikitsch son capaces de vivir como kitsch sin
darse cuenta incluso aquello que no tiene ni gota.
A la vista de estas consideraciones y de muchas otras argumentaciones expuestas en el libro
de referencia, se debería concluir que definir el kitsch como sinónimo de arte feo, de mal gusto,
poco original y acelga resulta manifiestamente insuficiente y muy poco preciso y que quizás sería
conveniente reservar la palabra no tanto para calificar despectivamente un pobre bibelot cursi y estático
colocado sobre una cómoda como para designar una determinada actitud espiritual con muchas
disfraces, estrechamente vinculada a las nostalgias, los miedos, las simulaciones y los autoengaños,
muy frecuentemente adoptada consciente o inconsciente- por el ajetreado, vanidoso y poco exigente
consumidor contemporáneo.
El arte, como la vida, exige, tanto al artista como al consumidor, esfuerzo y seriedad. 

 FIN TEXTO EXTRAIDO DE TOMÁS KULKA

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En otros idiomas "kitsch" tiene sus equivalentes, en español, por ejemplo, es "cursi" que es aquello que presume de elegante sin serlo, lo que con apariencia de riqueza y elegancia es ridículo y de mal gusto. Sin embargo el término adoptado de manera casi universal es "kitsch", quizá por ser el más extenso en su significado ya que parece abarcarlos a todos, claro que, como contrapartida de su extensión nos encontramos con su ambigüedad.
Es kitsch lo carente de originalidad, también es lo sentimental en su peor forma, es decir lo sensiblero, azucarado, etc., y, como lo cursi, es ridículo, ostentoso y de mal gusto. Es propio de los objetos pero también del hombre. Hay kitsch en el campo de la arquitectura, la ornamentación y la decoración; en el cine y el teatro; en la pintura y escultura; en gestos de la vida cotidiana y pequeñas expresiones lingüísticas; en cuentos breves, aforismos o largas novelas; etc..
Es el estilo de las sociedades opulentas -aunque no exclusivamente-, de los nuevos ricos preocupados por mostrar su poderío económico y un estilo que no poseen, por lo que también el kitsch es el estilo carente de estilo, es copia, sustituto y mezcla de estilos.

El kitsch es arte de efectos, el productor del kitsch no está preocupado en hacer un buen trabajo sino en hacer un trabajo agradable, sobrecargado de significados -que finalmente terminan anulándose unos con otros- nunca va más allá del término medio, del código compartido y aceptado. El espectador o fruidor del kitsch es poseedor de un hedonismo trivial, se complace con los efectos, con lo sentimental, sensiblero o heroico, le gustan las recetas repetidas y evita los grandes cambios.
 
El kitsch suele ser el estilo predominante en una ciudad, el de Las Vegas, por ejemplo, o puede invadir a la ciudad en ciertos momentos especiales de su vida festiva o política. 

El lenguaje kitsch tambien se ralaciona a la estética de souvenirs u objetos decorativos destinados a recuerdos de viajeros.



"Simular ser lo que no se es" 



A partir de la producción masiva de objetos en el siglo XX estos objetos lograron un nuevo lugar en el concepto de diseño.En los años 60`s en EEUU, la utilización de materiales sintéticos como plásticos se generaliza  logrando grear un lenguajes particular de simulación. Lo materiales plásticos  lograrian  engañar a la vista en su primer impacto a materiales de alta calidad  como maderas,cristales,metales preciosos, plumas, pieles, etc. 

Esta simulación suele sobrepasar la intensión de copia fiel de la realidad, exagerandola o manupulandola con un fin generar productos de estética " lujosa" para un público poco exigente, logrando pieles color rosa, animal print,

Estos productos suelen tener un diseñador anónimo, una mano de obra poco calificada y una dudosa calidad.

Sin lugara a dudas esta estética sembraría un antecedente importante a la cultura POP americana de los años 70`s y 80`s donde esta estética evolucionaría y sería apropiada por empresas las cuales  fabricarían productos de mejor calidad  pero conservando si estética de "simulación " y  "lenguaje escenográfico". 
Podemos destacar dos grandes universos del diseño POP como sería las Vegas y Disney., micro cosmos plagados con valores basados en   excesos, banalidad y superficialismos.


TOUCAN LAMPS,H. T. HUANG, TAIWAN, C. 1980


La lámpara de mesa "Tucan", de un claro lenguaje Kitsch, terminó convirtiendose en un referente y hoy en día un objeto de colección.
 Tiene una lámpara fluorescente de 11W regulable en su pico, que puede funcionar como una lámpara de escritorio (con su pico abierto) y una luz de noche ambiente teniendo el pico bajo.
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